Crónica de un viaje imposible a la comunidad Wichi de Santa Victoria 2,
Centro Cultural Tewok, acompañando el sagrado cuerpo de Tiluk, chaman, líder
cultural y político Wichi del Gran Chaco salteño. Escrito a pedido de la
familia Mendoza.
A la memoria de Tiluk
Fotografía de Guadalupe Miles
El NO es un sonido que rebota en
el alma y sale de Titstilh; tampoco entra en Isabel, ni lo escucha Lutsej o
Tsunaj, ni ningún Wichi que conoció a Tiluk. NO esa noche. “NO van a poder
llegar, NO van a pasar”, les dicen todos, “los caminos están cortados, el río
ha enloquecido, es la peor inundación que se recuerde, se cayó un puente, NO
hay paso, es imposible”.
La noche anterior, Tistilh me
manda un mensaje al celular: “Chokok!!! mi papá dejó de respirar”. Fue un
domingo, en el hospital del Milagro, en Salta. Tiluk había dejado este mundo, luego
de pelear contra una larga enfermedad como guerrero Wichi, un guerrero del
ISINILATAJ. Tiluk, uno de los seres más extraordinarios que he conocido en mi
vida. Chaman, creador del primer Centro Cultural Tewok para la defensa de la
cultura y territorio. Tiluk, esa tremenda columna sosteniendo la visión
originaria, ahora continuaba su camino infinito. Y nos dejaba su poderosa
palabra, “más larga que el hombre”.
(NO es recomendable que mueras un
domingo en un hospital público de Salta: la muerte puede ser la más anónima del
mundo, el cuerpo es menos que cosa. NO hay médicos en ese vacío de infierno de
un domingo de hospital. La muerte se transforma en trámite, el cuerpo pesa
menos que una hojita de papel).
Luego de la indignidad de la
morgue del hospital de Salta, había que trasladar el sagrado cuerpo transfigurado
de Tiluk hasta la comunidad Wichi de Santa Victoria 2. Son más de 400
kilómetros de ruta, pero hay 100 kilómetros de un tramo de tierra inundada por
un feroz temporal que nadie recuerda, junto al desborde del Río Pilcomayo, con
su “espíritu loco”, impredecible. Cuando Tiluk dejó de respirar, estaban,
Isabel, el amor de su vida; Titstilh, el hijo que lo sucedería como cacique;
Tsunaj, una de sus hijas, que lo amaba con devoción; Cristina y yo, “Chokok”, sus
amigas queridas como hijas. Y estuvieron su numerosa familia y muchos amigos, meses,
con el corazón en la trama de su vida y su muerte, dándole fuerzas y cuidándolo
día a día. Tiluk había entregado amor iluminado a este mundo y los otros. Y
había llorado de ese mismo amor, cuenta Isabel, al ver a tantos acompañando sus
momentos definitivos.
“NO van a poder hacer los trámites
de defunción un domingo, menos un domingo de Carnaval, y NO van a conseguir el
traslado ni el cajón social tan pronto”, le decían; pero Titstilh avanzaba por
la locura burocrática y en horas, al final de la mañana del lunes, había
conseguido todo y hasta una camioneta doble cabina del servicio social de la
provincia para llevarlos a su comunidad, en el gran chaco salteño. Todos fueron
en la camioneta, y se sumó Lutsej, otro de los hijos de Tiluk, maestro
intercultural, que recién llegaba para acompañarlos. Aunque el chofer no llegó
a destino. Los dejó varados en Tartagal, 100 km antes. Y les dijo (“a ver si
entienden de una vez estos indios tercos”) que NO iban a poder llegar por la
inundación y el barro y los caminos cortados y etc. etc. y abandonó el cuerpo
sagrado de Tiluk en un pasillo inmundo de la morgue del hospital de Tartagal.
Yo llegué unas horas después en
colectivo, porque ya no había lugar en la camioneta. Y ahí estaban: Isabel,
Lutsej, Tsunaj, Titstilh y se sumó Antonio, un artista sensible de la causa
indígena que hacía talleres en la comunidad. Todos sentados en la vereda, del
otro lado de las rejas de la morgue, custodiando su cuerpo, sin separarse.
(Tiluk, ¿qué camino estás
haciendo ahora, ya desprendido de tu carne, sin tu forma de tierra?)
En esa desolación, Titstilh consiguió, pasada la medianoche,
que un diputado solidario del departamento Rivadavia, el “Rana” Villa, nos
lleve manejando su propia camioneta hasta el puente caído. Alrededor de las 3
de la mañana llegamos al zanjón, cuyo fondo no iluminaban los faros. Se había
abierto una tremenda grieta de 10 metros, apenas pasando Campo Durán, y el
camino estaba cortado. Pero el NO se había diluido y transformado en convicción
solar de llevar el cuerpo de Tiluk al descanso de su tierra amada. NO había
manera de medir riesgos ante la dignidad de su muerte. Nada iba a detenernos. Titstilh
encontró el modo de descender por el lodo resbaladizo y llegar al otro lado. Como
una aparición, luces lejanas de una camioneta y una moto se acercaban. Eran Pedro Lozano, un mecánico wichí de la
familia, y Najuaj, el hijo mayor de Tiluk, que venían desde la comunidad. Sobre el resplandor de los faros de la
camioneta recién llegada, siete sombras se recortaron. Esos Wichis llegados
como de la nada, desafiando la hostilidad del tiempo por dignidad y amor, nos
emocionaron. Y cruzaron el zanjón para cargar el féretro: Lolo, hijo de Tiluk;
Nentó, amigo de toda su vida y gran cantor de la música sagrada Wichi; y
también: Tino, Chino, Néstor y Víctor, todos parientes y jóvenes. Desafiando
las pendientes del barro logramos el transbordo al otro lado.
Parecía imposible que entráramos once junto al cajón y los
bolsos en esa camioneta Nizan de más de veinte años, pero todo se acomodó.
Pedro Lozano es un brujo al volante. A pocos metros de patinar por el barro, un
centenario árbol caído por la tormenta, nos cortó el paso. Pero Pedro acomodó
su camioneta como un guante y pasó por la escasa luz que dejaba el tronco.
A un kilómetro encontramos dos camionetas enormes enterradas.
Hacía más de un día que esperaban el arreglo del puente y un auxilio.
Reconocimos a Calermo, cuñado de Tiluk, que se enteraba de ese modo de su
muerte. Calermo estaba triste y demacrado, pasaba hambre y sed. Isabel le dio
todo el agua que teníamos y dos paquetes de galletas. Todo lo entregó, en esa
convicción salvaje de que llegaríamos y no nos era necesario, y por conocer el
punzón de angustia del hambre de otros viajes, cuando una vez su colectivo
quedó enterrado casi tres días.
El barro de los caminos del chaco te succiona, te tira como
una raíz a su entraña, por momentos es un jaboncillo o un pegamento, o una
garra blanda que desarma el movimiento circular de la rueda que queda girando
vacía sin fin. Pero Pedro parecía conocer el secreto del barro y su camioneta,
que no era doble tracción, casi flotaba y se desplazaba por esa materia húmeda
y hostil.
Hubo un momento en que el camino se tornó imposible. Y
habíamos cruzado animales de mal agüero, MAWO (zorro) y HOLIT (lechuza). El
agua que se escurría del desmonte de la soja, tras el temporal formaba un río
que tapaba en varios metros el camino; por suerte era un tramo de asfalto. Pero
no veíamos el puente y podía haberse derrumbado.
Todos se bajaron de la camioneta para marcar con su cuerpo la
senda sumergida. Veo miles de años en ese camino inundado en la noche. Como
abriendo la valentía de los jóvenes guerreros, iba por delante Nentó, el Wichi
más viejo y amigo de Tiluk, de 67 años, con sus músculos desgastados por los
años de pelearle al hambre y la explotación de los trabajos globales, sacaba
fuerzas ocultas del milenario tronco que sostiene al pueblo Wichi, y nos
sostenía a todos. Los cuerpos de los guerreros Wichi avanzaban por un río loco
arrastrando yararás y ramas, caminaban sin miedo ni sueño, con el agua hasta
los muslos, midiendo la profundidad del camino desaparecido y constatando que
el puente aún seguía en pie. La moto de Najuaj milagrosamente cruzó por la
correntada.
Y así seguimos por horas, por un camino que racionalmente
era imposible de transitar, menos con esa camioneta. Paso a paso, muy lento,
avanzábamos y sentíamos con convicción la presencia de Tiluk, veíamos cómo su
espíritu grande de chaman nos iba llevando por ese camino alucinado sobre lo
imposible del mundo. Era una prueba del poder del amor sobre los males de una
tierra cabeza abajo.
Hasta que el horizonte del monte chaqueño comenzó a
resplandecer con la lenta emergencia de IJUALA, el sol, y nos tranquilizó,
aunque las condiciones del camino empeoraban.
Vimos a lo lejos un unimok del ejército con sus tremendas
ruedas desaparecidas por el agua desbordada del Pilcomayo, parecía un trasatlántico
con su oleaje y probablemente dejaba unas huellas espantosamente profundas. Pedro
detuvo la camioneta y esperó a que pasara. Cuando llegó a nosotros se detuvo y
un milico, con aire socarrón, nos dijo: “NO van a pasar”. Se fue. Pedro me
sonrió, con ojos negros alucinados. Luego se quedó conversando en silencio con el
agua, con el motor encendido. Fueron minutos eternos. Se bajó y comenzó a
hablar en wichi a los jóvenes que iban en la caja de su camioneta, era un tono
distendido como de madera pulida. Entre todos comenzaron a encadenar las ruedas
traseras para darle más agarre. Otra vez Nentó se internó en el agua para
marcar el camino, pero esta vez era la corriente del propio Pilcomayo la que
enfrentaba con su cuerpo, había tramos muy hondos. Pedro lo observaba y creaba
un mapa submarino, calculando la única oportunidad que teníamos para pasar. Y
así lo hicimos. (Escribo las imágenes de un recuerdo que tiene la consistencia
de un sueño).
Luego de pasar el peor tramo del camino, llamado “La curva
de Juan”, llegamos a la comunidad pasadas las 11:30 horas. Tras un breve y
sencillo velatorio, se realizó el entierro en su cementerio sagrado, al modo de
la cultura ancestral Wichi. Permanecí casi cinco días en la comunidad
acompañando un tiempo doloroso, mágico, transformador, esencialmente de amor.
Me es imposible expresar en palabras lo vivido en esos días. Todos los
protagonistas de ese viaje inabarcable contábamos una y otra vez con sabor
mítico la presencia del espíritu de Tiluk que sembró una nueva fuerza a
nuestras vidas, la fuerza colectiva de lo-todo-posible-por-amor.
Tras cinco días los caminos seguían intransitables y
finalmente tuve que regresar en helicóptero, otra gestión de Titstilh. El
helicóptero llevaba bolsones de comida a las comunidades aisladas por la
inundación, y viajé con una joven pareja Wichi y su bebé, los tres en claro estado
de desnutrición. El vacío insondable del hambre en la mirada de ese niñito me
desgarró.
Siempre tuve el sueño de viajar por aire sobre la región del
Gran Chaco para ver con mis propios ojos la famosa “frontera agropecuaria”. Y
es un espectáculo dantesco. Decenas de inmensos rectángulos de varios kilómetros
de superficie vaciando de modo perverso con topadoras uno de los montes de
mayor diversidad biológica y cultural del planeta, para sembrar soja transgénica,
alimentando el bolsillo de unos pocos corruptos. Sobre la exquisita textura del
tapiz vegetal y la riqueza de nuestras culturas originarias del Gran Chaco
Gualampa avanza la maquinaria global, con su vaciamiento siniestro de la vida,
en una de las matanzas más indignas de nuestra historia humana, poderosos pools
transnacionales de siembra que vienen por todo. Esos inmensos rectángulos de la
nada son una metáfora del vaciamiento de este mundo global sobre la dignidad de
la vida. No tiene nombre ese vacío. Aún la muerte tiene la forma de sus huesos.
Verónica Ardanaz, Chokok
Espacio Cultural Cebil, Valle Hermoso, 22 de febrero de
2015.
Centro Cultural Tewok, Comunidad Wichi de Santa Victoria 2
Chokok y Tiluk, el camino infinito
la zona en gran inundación
la soja avanza sobre el monte wichi